EL PODER DEL VÍNCULO EN TERAPIA

Cuando el dolor se instaura en nuestro proceder y el sufrimiento se torna insoportable nos sentimos impotentes para restaurar el equilibrio perdido, intentamos entender como perdimos nuestro fluir en el vivir, como nuestras partes que conformaban una sólida imagen empezaron a mudar en piezas fragmentadas, desdibujando nuestra coherencia en esta realidad. Es el momento en que precisamos una visión diferente, una nueva perspectiva desde donde enfocar nuestra dinámica vivencial y como no podemos aprehender nuestra propia subjetividad, hay que añadir distancia a nuestro enfoque reducido y parcial.

El terapeuta nos brinda la posibilidad de reordenar y discernir nuestros síntomas, de nombrar lo omitido y de consentir nuestra parte más visceral de nuestro psiquismo, convirtiéndose en un catalizador que transmuta nuestra incapacidad y sufrimiento, en confianza y entendimiento para conseguir nuestra propia curación.

Pero el acto de sanar solo nos pertenece a nosotros, el terapeuta ofrece su empatía para llegar al otro, sin juicios sin expectativas y restaurar la confianza en la autocuración, siendo el vínculo más poderoso que existe el afecto, a través de él, se transmite todo el sostén emocional que una persona dañada necesita. En terapia podemos brindar nuestro saber, nuestra técnica pero al final lo que consigue que alguien se mueva de su desazón es el vínculo.

Éste consigue que las resistencias desaparezcan y se pueda transferir lo reprimido, lo que no consta, en un acto vincular donde el terapeuta a cambio, devolverá estructura y entendimiento empático, posibilitando la conexión de nuestros significados y dando coherencia a toda nuestra historia. El terapeuta en la comprensión y aceptación total del dolor legítimo de su paciente, brinda la posibilidad de que éste pueda conocer su mundo íntimo fragmentado y disociado, reconstruyendo una nueva historia que incorpore todo lo no nombrado y autosanando todas las heridas contraídas.

Finalmente el reflejo en el Otro amparador nos enfrenta con nuestra propia imago que ha recobrado toda su nitidez y cohesión perdida.