LA CULPA: ESA INCÓMODA EMOCIÓN

La culpa es uno de los sentimientos más desoladores que podemos experimentar en nuestro devenir, por esta razón es una de las emociones más reprimidas dentro de nuestro sistema psíquico, generalmente subyace detrás de la ira y de la agresividad.

El odio que profesamos hacia fuera y que siempre sentimos justificado, tiene un componente muy alto de culpa interna, debido a la  intensa carga emocional que conlleva, nos produce mucha angustia reconocerla  y necesitamos proyectarla hacia el exterior para garantizar nuestro equilibrio psíquico. La culpa es un comportamiento aprendido que proviene de la educación recibida de nuestros progenitores, la cual se fundamenta en las normas de la sociedad y la religión, estas creencias y dogmas son introyectados desde nuestra tierna infancia en nuestro sistema de valores.

Este sentimiento inculpatorio que hemos heredado de nuestro ambiente familiar se enlaza con un sentimiento totalmente inconsciente de culpa interna que se elaboró cuando éramos muy pequeños, al destruir u odiar los objetos internos, cuando no recibíamos la gratificación o la atención que necesitábamos.

La culpabilidad se utiliza para manipular y castigar y produce en nuestro sistema emocional efectos devastadores que se manifiestan en la forma de remordimiento, autorecriminación, masoquismo y finalmente en la forma pasiva del sentimiento de víctima. No solemos entender que nuestros errores y elecciones son la consecuencia natural del aprendizaje, por lo tanto inevitables. Al no poder tramitar ni asimilar este angustioso sentimiento de culpabilidad, como mecanismo defensivo, nuestro yo lo transforma en odio y victimismo proyectando la culpa fuera de nosotros, así se consigue mantener el conflicto reprimido en lugar de tomar consciencia y responsabilizarse por él.

Existe, por tanto, en nuestro psiquismo la necesidad de encontrar un enemigo expiatorio, en el mundo siempre existe alguien o algo contra lo que luchar, así externalizamos nuestra culpa para poder seguir funcionando. La forma activa de la autorecriminación es la proyección, en su forma pasiva la culpa toma la forma de víctimismo de la cual nuestro ego se nutre en forma de energía negativa.

Al no poder tomar contacto con la verdadera naturaleza de la emoción esto nos aleja de todo lo positivo que la culpa puede hacer por nosotros, que es ayudarnos a desarrollar humildad y aceptación de nuestras limitaciones, además de ser una gran herramienta de aprendizaje.

La sensación de fracaso que nos provoca puede socavar gravemente nuestra autoestima, al despertar la desaprobación de las figuras parentales interiorizadas, por eso generalmente intentamos huir de este sentimiento que nos empequeñece y nos hace sufrir enormemente. Desde la cuna hemos aprendido que la culpa es un instrumento para controlar a los demás, la sociedad en la que vivimos también la emplea para acusar y buscar sin cesar a quién incriminar. Si no aprendemos a tramitar adecuadamente nuestros sentimientos de culpa estamos indefensos, primero ante nosotros mismos y segundo ante nuestra comunidad, que se sirve de esta vulnerabilidad interna del ser humano para manipularlo sin encontrar resistencia alguna.