MEMORIA IMPLÍCITA Y EXPERIENCIA TRAUMÁTICA

La memoria es un sistema de almacenamiento de la información que llega a nuestro cerebro y es a través de la codificación de todos estos datos e impresiones recibidas que será posible su posterior recuperación. Pero existen datos que están codificados en nuestro sistema, relacionados con experiencias traumáticas que tuvieron lugar en nuestros primeros años de vida, que no podemos recuperar. Esto es debido a que estas experiencias no han sido procesadas conscientemente ya que en esa etapa del desarrollo, no existe la maduración neurobiológica que posibilita el pensamiento simbólico, pero en cambio sí están almacenadas en nuestro cerebro, en regiones como la amígdala, los ganglios basales, el cerebelo y las áreas parietotemporo occipitales.

La memoria implícita es la encargada de registrar todas estas impresiones primigenias y será la responsable de la formación en el niño de modelos mentales que guiarán sus actuaciones en el futuro, así existe un saber implícito que se ha formado a partir de las sucesivas interacciones relacionales sin la participación de la capacidad reflexiva.

Es fundamental, para entender la fuerza psíquica contenida en un trauma, que este tipo de memoria implícita es resistente al olvido, no se deteriora con el paso del tiempo y se encuentra preservada en personas mayores hasta edad muy avanzada. Nuestro cerebro ante experiencias traumáticas libera neurotransmisores específicos y ante estrés prolongado se produce un cambio bioquímico permanente, quedando una huella biológica imborrable, que en traumas psíquicos tempranos interferirá en el desarrollo de nuestro sistema cognitivo y conductual. Los traumas generan en el sistema psíquico miedo y sensación de amenaza persistente y una sensación de impotencia y frustración, el cerebro se encuentra en modo permanente de alarma que puede causar estragos en el sistema nervioso.

Las experiencias traumáticas tempranas no se pueden verbalizar porque como hemos comentado anteriormente el cerebro en esas etapas de su desarrollo no puede simbolizar lo que le sucede, por lo que la experiencia se manifiesta por comportamientos o manifestaciones conductuales específicas.

El hecho de que un niño no pueda recordar conscientemente un trauma acaecido en el pasado, no quiere decir que no pueda estar perturbada gravemente su capacidad de interacción física y afectiva con los otros y somatizar gravemente en su cuerpo los efectos de la experiencia. En la activación de la memoria implícita no se tiene la sensación de estar recordando sino que se reacciona automáticamente, emocionalmente sin recordar subjetivamente como aprendimos a reaccionar de esta manera determinada en el pasado. Esta incapacidad para poder recordar las experiencias en los primeros años de vida genera muchas dificultades, cuando los traumas por agresiones en épocas tempranas, deben ser analizados por peritos forenses en los juicios donde se genera un gran debate sobre la credibilidad de las víctimas.

Los recuerdos no podrán ser rememorados pero la cicatriz que produce un trauma psíquico queda patente a través de años de sufrimiento de graves y debilitadores síntomas, desgraciadamente todo el organismo sufre las consecuencias a largo plazo de las situaciones traumáticas tempranas.

En el marco del tratamiento psicoanalítico podemos modificar la memoria procedimental o implícita a través de las huellas mnémicas que quedan en nuestro sistema de aquellas experiencias vividas, es un trabajo complejo de reconocimiento y comprensión, dónde a través de la práctica relacional continuada con el analista se producen intercambios intersubjetivos que consiguen un cambio psíquico a través de la co-creación de un nuevo conocimiento implícito. Reescribir nuestras experiencias tempranas desde la visión y perspectiva de una mente más madura nos da la posibilidad de cambiar el contexto de las experiencias traumáticas, confeccionando nuevas rutas neuronales funcionales que con el tiempo deshabiliten los antiguos datos patológicos que fueron codificados en el cerebro.